El Alto, 9 de septiembre de 2004

Mi primera semana como miembro de la misión internacional de El Alto (Bolivia):

La primera impresión es que el tiempo pasa despacio, quizá porque acomodarse a vivir a 4.000 metros de altura no es nada fácil, y porque se echa de menos mucho España, es decir, la familia, los amigos, la comida, las costumbres... en definitiva la tierra de uno. Y es que una
cosa es venir por un mes o dos, y otra totalmente distinta quedarse a vivir aquí. He aprendido como se pueden sentir todos aquellos que dejan su tierra y van a España en busca de una nueva vida.
Lo primero que tengo que decir es que los hermanos paúles de esta misión son unas personas excepcionales: El Padre Abdo un libanés de 35 años con un sentido del humor extraordinario, su labor es formar a seminaristas paúles. El Padre Aníbal, un peruano de 42 años con una
sencillez y un sentido de la hospitalidad maravilloso, y el Padre Francis, un esloveno de 40 años que es un misionero con una capacidad de trabajo y de lograr cosas increíbles, sólo decir que está construyendo una universidad en su zona para todos aquellos jóvenes
que ni en sueños se habrían planteado la posibilidad de realizar unos estudios universitarios, y su otra gran obra, ha creado una escuela de fútbol para dar la posibilidad de que los niños y jóvenes tengan una actividad sana y una opción de futuro, puesto que cada año envía a
jóvenes a los equipos de primera división de Bolivia. Pero lo que más me fascina de él es su sentido de la pobreza y de la entrega a la misión, de hecho hoy le han regalado ropa porque la que lleva ya no se sostiene.
Nuestra misión consiste en atender dos parroquias en el Alto, cuidad paralela a La Paz, y en atender tres zonas rurales: una en el altiplano, y las otras dos en las montañas andinas casi limitando con el Perú. Desde El Alto tardamos en coche cuatro horas en llegar a las zonas de misión. Al principio hay carretera, después pasamos a pistas de tierra y después ¿cómo decirlo? Serpenteamos entre las montañas por caminos estrechos donde los precipicios te tienen el corazón encogido, la velocidad por estos caminos es de 40 Km/h porque ir a más velocidad sería poner la vida en serio peligro.
La zona que a mí me ha correspondido se denomina Mocomoco, que en aymara quiere decir, ovalado, y es que algunas de mis montañas no terminan en punta. La Parroquia de San Pedro de Mocomoco abarca una población de unas 4.000 personas, digamos que en el pueblo habrá unas 800 personas, y el resto se reparten en 52 comunidades, algunas las tengo cerca, pero otras están a una hora serpenteando por esos caminos de Dios.
El Padre Rafael, el polaco al que sustituyo me ha dejado construida una guardería, ahora me toca a mí amueblarla, buscar quien me ayude a llevarla, y sobre todo buscar el alimento para 70 criaturas de 0 a 6 años. El tema de amueblar la guardería no es problema porque el gobierno de Japón ha donado 12.000 dólares, el problema va a ser contratar al personal y buscar el alimento. Soy optimista ya que me he puesto en contacto con gente que vive en la Paz y son originarios de Mocomoco y les he pedido que colaboren comprando leche y pan, claro que la colaboración es más que simbólica, pero menos es nada. El tema de encontrar la plata para pagar a las personas que se puedan encargar de trabajar en la guardería es otro tema, pero tengo pensado hacer un acuerdo con el ministerio de educación para ver si es posible que paguen los sueldos al menos de dos personas. El otro proyecto que tengo entre manos es crear la escuela de fútbol, ya que queremos que en nuestras zonas los niños tengan la oportunidad de jugar, puesto que desde los cuatro años ya están en el monte pastoreando pequeños rebaños de ovejas y llamas. El Padre Francis ha logrado que su escuela de fútbol tenga reconocimiento nacional, de hecho ya está en lo que sería una segunda división en España. Aquí el fútbol es una pasión, bueno lo es en todo el mundo pero entrar en un equipo de la capital supone salir de la pobreza.
Ahora me encuentro arreglando los papeles para no ser un ilegal, pero aparte del múltiple papeleo que hay que realizar uno se encuentra con el obstáculo que la burocracia es demasiado lenta. Hoy he pasado el reconocimiento médico que ha sido muy original. Espero
que en menos de un mes me puedan dar la permanencia por un año y el permiso de conducir.
Por otro lado, esta misión tiene de original que cada uno de los misioneros estamos en un lado viviendo, ya me han avisado que sea fuerte en la soledad, porque vendrán momentos duros. Cada mes nos reuniremos para evaluar la misión, pero me han dicho que de vez en
cuando venga al Alto, a la capital, para hacer las compras y para vernos, puesto que por radio nos comunicamos de una misión a otra, y así quedamos para vernos en El Alto.
Puedo decir que la primera impresión al estar en Mocomoco ha sido muy buena, puesto que llegué para la fiesta de la Virgen de la natividad. La gente me ha recibido muy bien, dicen que vengo de la madre patria y que nos vamos a entender. La realidad con la que me
encuentro es variada, por un lugar la gente del pueblo y por otra la de las comunidades, o la gente del campo, los aymaras. La gente del campo es sumamente sencilla y pobre, tienen pequeños terrenos para cultivar patata, o pequeños rebaños que cuidan y luego van vendiendo para poder intercambiar por comida, aquí el trueque es una realidad.
Me llamó la atención que mucha gente ha caminado entre las montañas durante cinco o seis horas para venir a la fiesta, para estar en misa y en la procesión. El día anterior a la fiesta estuve jugando con los niños, en nada, me reuní con unos cuarenta, y me puse a enseñarle
juegos populares. Decir que los niños disfrutaron de lo lindo y los mayores se sentaban para mirar los juegos. Me llamó mucho la atención estar rodeado de adultos cuando jugaba con los niños. En las misa que la dije en español porque todavía no tengo ni idea de aymara fue algo muy especial, les dije que había dejado mi patria para venir a vivir con ellos, y les planteé el reto de caminar juntos, pero con seriedad siendo capaces de formar unidad entre la gente del pueblo y la de la ciudad, que nos apoyemos unos en otros para crecer, para estar
orgullosos de nuestro pueblo. Al final la gente desde sus asientos me dio la bienvenida en voz en alto y pidieron aplausos como agradecimiento. Entonces me acordé de la despedida en San Matías en la misa de 12. Ahora tenía mi iglesia llena de gente, incluso al fondo de
pie, y en los laterales, y me acordé de los momentos vividos en la parroquia de San Matías, es como si Dios me dijera, dejaste con dolor una parroquia llena de vida y ahora te regalo otra perdida en las montañas pero llena de gente que te va a querer. Al finalizar la misa,
en el altar, la gente vino a darme la bienvenida, y lo que más me alegró es que vinieron los campesinos también a abrazarme. Recuerdo que en el artículo de Buenas Noticias de la parroquia que Gabi escribió a modo de despedida decía en una frase que me había metido
sin permiso en el corazón de la gente, pues a la salida de la misa una mujer se acercó y me dijo "usted es un ladrón de corazones, muchas gracias por venir acá con nosotros". La gente me preguntaba que si me iba a quedar ya en el pueblo, yo les dije que todavía tengo que
arreglar los papeles. Pero ya tengo ganas de ponerme manos a la obra. Aunque lo primero es terminar de aclimatarme a la altura, porque todavía alguna que otra vez me duele la cabeza de la presión. Como nota curiosa decir que como sólo una vez al día puesto que la altura
influye en la digestión que se hace muy lenta, y uno no tiene hambre .También tengo que aprender algo de aymará para poder entenderme con la gente del campo, y comenzar a realizar las compras de los muebles de la guardería.
Por último decir que el Obispo de la diócesis de El Alto, diócesis que tiene 10 años de vida, es un español de Murcia, D. Jesús Juárez, en cuanto se ha enterado que he venido y que tengo la licenciatura en teología dogmática ha dicho que me quiere de profesor en el seminario,
los hermanos de comunidad me han dicho que tenga cuidado que va a tratar de agarrarme.
Pido a Dios que me de fuerzas para saber responder con coherencia a esta misión que me regala en este momento concreto de mi vida.
Unidos en la oración